Qué belleza sentir y observar los cuerpos y los rostros conectando con su belleza interna, con su necesidad más profunda.
Qué belleza explorar como el bloque de hielo de la expresión fija se va derritiendo, dando paso al agua fluida y cristalina; tomando su cauce, construyendo su propio recorrido, sumando cada gota de sí hasta convertirse en lago, mar, océano.
¡Qué belleza cuando brota el cuerpo sensible al contacto y la caricia, al encuentro con el otro cuerpo!
¡Qué grandiosa belleza cuando nace el resplandor en el rostro desde el encuentro de las miradas, en el posible reconocimiento del yo soy tú!
¡ Gracias a quienes participaron por toda esta belleza. Gracias a la vida por este Camino!